viernes, 27 de noviembre de 2015

Sobre la ridiculización de la cultura y los publicistas de los 100 Montaditos

          Como cada vez me hago más viejo, me vuelvo más cascarrabias y me indigno con más facilidad. En general, una de las cosas que más me cabrea es la imbecilidad. ¿Por qué digo esto? Pues porque hace unos meses entré a comprar tabaco en una cafetería de 100 Montaditos y me encontré con el siguiente cartel en el que se ridiculiza a los poetas, proponiendo además (para risera de todos) un sutil juego de palabras relacionado con rimar ciertas palabras. No hace falta ser un lince, para adivinar la palabra que provocará las ocurrencias y las posteriores risotadas de los chistosos de turno. Me cabrea el intento de desprestigiar la cultura, de convertirla en algo de lo que casi avergonzarse, solo propio de pedantes y frikis. Por supuesto, esta intención de convertirnos en borregos incapaces de pensar no creo que sea gratuita; para el poder siempre es más fácil pastorear ovejas que vérselas con individuos capaces de pensar y analizar las cosas por sí mismos. Aun así, como no soy rencoroso, le quiero dedicar este poema de Jaime Gil de Biedma (uno de mis favoritos) a los imbéciles de los publicistas (seguramente ellos se llamarán con un nombre más pomposo en inglés) que diseñaron este cartel:




          HAPPY ENDING:


"Aunque la noche, conmigo,
no la duermas ya,
sólo el azar nos dirá
si es definitivo.

Que aunque el gusto nunca más
vuelve a ser el mismo,
en la vida los olvidos
no suelen durar".
(Jaime Gil de Biedma)

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Por qué no voy a ir a la manifestación contra la guerra

Este sábado hay una manifestación contra la guerra. Está convocada por gente a la que admiro y respeto, y por partidos políticos a los que he votado y volveré a votar en las próximas elecciones. Pero yo no voy a ir. Supongo que tanta gente con la que comparto valores no puede estar equivocada y que el equivocado seré yo (de nuevo), pero me gusta equivocarme por mí mismo.
          No voy a ir, aunque considero vergonzosa la actuación de EEUU y sus aliados de la OTAN; cómo han destrozado países como Siria o Irak, tratando de colocar gobiernos títeres que beneficiasen sus intereses petrolíferos. No voy a ir a pesar de la vergonzosa actitud de estos países hacia el pueblo kurdo, al cual se ha criminalizado históricamente (aún ahora siguen considerados como terroristas), defendiendo los intereses imperialistas de Turquía, que incluso a día de hoy sigue bombardeando sus posiciones. No voy a ir pese a la infame actitud de estos países vendiendo armas a países que han colaborado y engordado al monstruo del ISIS. No voy a ir pese a que sé que la intervención militar por sí misma no va a solucionar el problema, siendo necesarias políticas sociales y de integración a escala global. No voy a ir aun sabiendo que los que pretenden arreglar el problema son los que lo han generado.
         


       
           ¿Y por qué no voy a ir? No voy a ir porque creo que hay que apoyar al pueblo kurdo y aquellos que combaten a los terroristas fascistas del Daesh. No creo que un sencillo “No a la guerra” sea lo más adecuado en esta situación. Algunos me recriminarán que van a morir inocentes y que tanto vale la vida de un sirio como la de un francés. Es cierto, pero hay cosas peores que la muerte. No actuar y ayudar al pueblo kurdo, que es a la vez ayudarnos a nosotros mismos, provocará igualmente la muerte de inocentes. Pero no solo eso, será la causa de que la barbarie se expanda por pueblos enteros, causando infinito dolor y sufrimiento; será la causa de que nuevas mujeres se vean obligadas a vestir con burka, de que más homosexuales sean arrojados desde altas torres, de que cualquiera que no comparta el fundamentalismo y la barbarie del Daesh pueda ser degollado brutalmente. No voy a ir, porque si yo fuera kurdo combatiría al ISIS, porque admiro a los valientes brigadistas extranjeros que han ido a luchar a su lado y porque apoyo a los milicianos del YPG y a las mujeres peshmergas que combaten a los crueles fanáticos del Daesh, guardándose la última bala para ellos mismos. Porque es mejor morir a vivir bajo el yugo del salvaje fascismo del ISIS.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Coleccionista de discos viejos

        
         Me encanta rebuscar en cajones repletos de viejos discos de 7”. No me importa si no tienen funda o están hacinados unos sobre otros como en una orgía del IMSERSO. Entre ellos, me siento como un buscador de tesoros intentando encontrar el Santo Grial a precio de saldo. Lógicamente, no suelo encontrar el Santo Grial, pero a veces aparece alguna pepita de oro que me recuerda la ilusión de cuando era niño y encontraba uno de esos codiciados cromos de los “últimos fichajes”. Aunque solo fuera por esto, ya merece la pena mancharse un poco los dedos.
          Pero no es esa la razón principal de mi afición, lo que más me gusta es poder rescatarlos de su penosa miseria. Al llegar a casa me siento como el enfermero de una residencia para viejos marineros; les doy una colcha de papel para proteger sus cansados cuerpos del frío y, a los mejores, una manta de plástico para disfrutar de su merecido descanso tras sus largos viajes por el mundo.
          Algunos llegan cojos, tuertos, con artrosis o con un poco de reuma. No me importa. Tal vez ya no sean los más guapos ni los más perfectos, pero mi residencia tampoco es la más lujosa. Me basta con saber que pueden disfrutar de un poco de reposo tras haber regalado tantos momentos de felicidad a lo largo de los años. Se lo merecen.