miércoles, 18 de noviembre de 2015

Coleccionista de discos viejos

        
         Me encanta rebuscar en cajones repletos de viejos discos de 7”. No me importa si no tienen funda o están hacinados unos sobre otros como en una orgía del IMSERSO. Entre ellos, me siento como un buscador de tesoros intentando encontrar el Santo Grial a precio de saldo. Lógicamente, no suelo encontrar el Santo Grial, pero a veces aparece alguna pepita de oro que me recuerda la ilusión de cuando era niño y encontraba uno de esos codiciados cromos de los “últimos fichajes”. Aunque solo fuera por esto, ya merece la pena mancharse un poco los dedos.
          Pero no es esa la razón principal de mi afición, lo que más me gusta es poder rescatarlos de su penosa miseria. Al llegar a casa me siento como el enfermero de una residencia para viejos marineros; les doy una colcha de papel para proteger sus cansados cuerpos del frío y, a los mejores, una manta de plástico para disfrutar de su merecido descanso tras sus largos viajes por el mundo.
          Algunos llegan cojos, tuertos, con artrosis o con un poco de reuma. No me importa. Tal vez ya no sean los más guapos ni los más perfectos, pero mi residencia tampoco es la más lujosa. Me basta con saber que pueden disfrutar de un poco de reposo tras haber regalado tantos momentos de felicidad a lo largo de los años. Se lo merecen.




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