viernes, 21 de agosto de 2015

Un café en Falls Road

          Una pequeña calle separa Falls Road de Shankill Road, en Belfast. Probablemente sea una de las calles menos transitadas del mundo.
        Ambas calles son mundos opuestos, enfrentados durante demasiados años a la incomprensión y al odio mutuo. A un lado del muro, hay pintadas banderas irlandesas, acompañadas de otras de la Segunda República Española, ikurriñas, proclamas contra el apartheid en Sudáfrica o en defensa de la causa palestina; del otro, grandes murales con la Union Jack y la Reina de Inglaterra. Hasta ahí las diferencias. Las semejanzas; la clase obrera a la que pertenecen los habitantes de ambos lados del muro y el mismo cielo gris amenazando con romper a llover sobre sus cabezas.
 Sin embargo, el odio no era exclusivo de los militantes de un bando hacia los del otro. Tanto en las filas republicanas como en las de los paramilitares lealistas se produjeron numerosos asesinatos entre miembros de las distintas facciones. Desde que en 1970, el IRA y el Sinn Féin se separan entre los “Oficiales” (también conocidos como el “Red IRA”) y los “Provisionales”, fueron varios los asesinatos y enfrentamientos entre militantes de ambos grupos. Con el paso de los años, siguieron produciéndose diferentes escisiones (INLA, IPLO, IRA Auténtico, IRA Continuidad, etc.), dando lugar a una sopa de siglas que nos recuerda a la famosa escena de los Monty Python en “La vida de Brian” protagonizada por los seguidores del Frente Judaico Popular (¿o eran del Frente Popular de Judea?). Como en esos juegos de muñecas rusas, del interior de un grupo surgía otro más pequeño y entre ambos se producía una lucha encarnizada, olvidados de su pasado como compañeros de armas. Lo mismo ocurrió entre los paramilitares lealistas; UVF, UDA/UFF, LVF, Red Hand Defenders, etc., se dedicaron a asesinarse mutuamente, en una guerra despiadada por liderar la causa.
Decido adentrarme en Shankill Road. En esta pequeña calle obrera de Belfast hay más Union Jacks que en todo Londres. Solo un local de aficionados de la selección de fútbol de Irlanda del Norte (apoyada mayoritariamente por los unionistas), te recuerda que sigues en la isla de Irlanda. Incluso me reciben algunos Caballeros de la Orden de Orange, bombín y bastón  incluidos. Recojo velas y vuelvo a dirigir mis pasos hacia Falls Road. Entro en una taberna irlandesa, cerca de la sede del Sinn Féin. Va a comenzar un partido del Celtic y ya hay varios parroquianos dando cuenta de sus cervezas. Yo pido un café con leche, que la camarera me sirve de una pequeña cafetera eléctrica. Me ofrece unas galletas, que acepto encantado. Me pregunta de dónde soy y al oír mi respuesta uno de los hombres que esperan a que empiece el partido se gira y me pregunta cuál es mi equipo de fútbol. Le respondo que soy seguidor del Mallorca y del Athletic, y que además me encanta el Celtic. Me dice algo que no entiendo y acaba con un “Gora ETA”. Le digo “no” y por mi cara de desaprobación comprende que se ha equivocado conmigo. Apuro mi café y pido la cuenta. Sorprendido, escucho como la mujer que atiende la barra me dice que no tengo que pagar nada. Insisto, pero me contesta muy resuelta que ella está bebiendo de la misma cafetera y que estoy invitado, deseándome un buen viaje. Agradecido salgo a la calle, perplejo ante semejante gesto de amabilidad, difícil de encajar en un contexto en el que aún se respira tal grado de tensión y hostilidad. 
        Un sol débil se ha abierto paso entre las nubes y brilla tímido en el cielo. Parece que, de momento, no volverá a llover.

          

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