miércoles, 26 de agosto de 2015

San Juan Chamula, el pueblo de los adictos a la Coca-Cola.


             San Juan Chamula es una pequeña población situada a unos 10 kilómetros de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas. Esos 10 kilómetros separan dos mundos situados a siglos de distancia. Los turistas están muy presentes en ambas ciudades, pero mientras en San Cristóbal campan a sus anchas, disfrutando de las comodidades del mundo civilizado, mezcladas con una dosis apropiada de exotismo indígena, en San Juan Chamula parecen perdidos, incapaces de asimilar el halo de misticismo tzotzil que este pueblo ha mantenido intacto, pese a la llegada de los viajes organizados. Tal vez, ninguna de estas ciudades sea una rosa silvestre, pero sigue habiendo diferencia entre las rosas de invernadero y las rosas de plástico.
         El punto neurálgico de la vida en Chamula es su iglesia. Hasta llegar a ella, debemos cruzar una plaza ocupada por mujeres mayas, que intentan vendernos sus productos artesanales. Muchas van acompañadas de sus hijos. Apenas se ven hombres soportando el sol que cae a plomo sobre la plaza.
         Al entrar en la iglesia, uno se ve transportado a otro universo. En un suelo inundado de agujas de pino, hay mujeres y hombres (en este caso hay mayoría de hombres) que se emborrachan con Pox o beben vaso tras vaso de Coca-Cola, todo ello entre el humo que se desprende de las incontables velas que abarrotan el templo. También vemos varios huevos y gallinas que pronto serán sacrificadas. Todos estos elementos forman parte del ritual tzotzil, por el que se pide a los santos la sanación de los seres queridos. La atmósfera se vuelve aún más misteriosa y casi onírica, gracias a los acordes de la hipnótica melodía que sale de un acordeón, mientras un chamán con una chaqueta de piel de oveja, dirige una especie de rezo en un algún idioma maya. Cerrando los ojos, me siento cerca de Carlos Castaneda, flotando entre “Las enseñanzas de Don Juan”. Desde luego, no me siento en una iglesia católica, pero así es, por increíble que parezca.
          Nos cuentan que hace años la iglesia se incendió y los feligreses culparon a los santos, poniendo sus numerosas figuras boca abajo como castigo. No sé si será verdad, pero creo que es más que probable.
          Al salir del templo, el sol sigue brillando con rabia en el cielo. Veo a un anciano vendiendo CD´s grabados con la extraña melodía que acabo de escuchar e inmediatamente me compro uno. Extrañamente, me recuerda a algunas canciones de la Velvet Underground por su cadenciosidad narcótica, derivada de su estructura reiterativa.
          Nos vamos sin fotos de la iglesia, tal y como mandan sus normas. Al echar un último vistazo, pienso que no hace falta; nunca me olvidaré de San Juan Chamula, el pueblo mexicano de los adictos a la Coca-Cola.


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