martes, 25 de agosto de 2015

Cornell Woolrich

              “La novia vestía de negro” es una de las películas que más me ha impactado en mi vida. La primera vez que la vi, apenas era un crío de 10 años. Recuerdo especialmente el shock que me causó una de las muertes de la película; un hombre que se ha encerrado en una pequeña habitación jugando al escondite, es atrapado por su amante, que busca venganza por el asesinato de su marido el día de su boda, del que él es uno de los responsables. Sin saber la razón, ve como la luz que se filtra por la puerta se va apagando y comprende que se están tapando todas las rendijas, taponándose cualquier posible entrada de oxígeno. Presa del pánico grita, pero nadie le responde.
           Probablemente no sea una escena muy adecuada para un niño, pero por esa misma razón ha permanecido imborrable en mi memoria. Fue mi primer contacto con Truffaut, mucho antes de que me enamorara perdidamente de “Los 400 golpes”. Por supuesto, entonces no sabía quién era Cornell Woolrich (también conocido por su seudónimo de William Irish), autor de la novela que había inspirado a Truffaut su personal adaptación cinematográfica de los crímenes de la “viuda negra”.
           No puedo opinar sobre el libro de Cornell Woolrich, porque no me gusta opinar sobre los libros que no he leído. Sí puedo recomendar su breve novela negra “Marea roja”, así como sus relatos cortos, recogidos por Alianza Editorial, en volúmenes como “En el crepúsculo” o “Los sanguinarios y los atrapados” (de este último, me cautivó especialmente su relato “Una noche en Barcelona”). Autor clásico de novela negra, teñía sus obras con un cierto arrebato romántico y una bruma fantasmagórica, que lo acercaba a los autores de la novela gótica, siendo incluso comparado con Edgar Allan Poe.
           Si su obra es interesante, no lo es menos su vida. “Disfrutó” de un matrimonio digno de entrar en el libro Guinness por su brevedad; su matrimonio con Gloria Blackton apenas duró unas semanas, exactamente hasta que ella descubrió su diario, en el que detallaba sus múltiples aventuras homosexuales. Tras su divorcio, se mudó de Hollywood a Nueva York, viajando por Europa acompañado de su madre, hasta que ella falleció en 1957. A partir de entonces, se refugió en una habitación de hotel, negándose a salir ni a recibir a sus amistades, dedicado solo a beber y a escribir. Su estado empeoró aún más cuando tuvieron que amputarle una pierna que se había gangrenado, postrándole en una silla de ruedas. Esta situación le inspiró el relato que sirvió a Hitchcock para rodar su maravillosa película “La ventana indiscreta”. Los más crueles dirán que “no hay mal que por bien no venga”.
           Murió en la habitación de hotel donde estuvo encerrado durante 11 años. Mutilado. Alcoholizado. Solo. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario